Una grave herida de bala en el pecho en 1872, fruto de un atentado contra su vida y no por un accidente cuando limpiaba un revólver, como se dijo), afianzó su decisión de dedicarse al sacerdocio en la Compañía de Jesús. Marchó a Francia con la decisión de hacer allí el noviciado; ingresó en 1873 en el seminario de Châteaux de Poyanne, en Las Landas, donde permanecerá hasta 1877. En 1874 es ordenado sacerdote dentro de la Compañía de Jesús. De vuelta a España se le destinó a tareas educativas en centros de Sevilla, Galicia, Murcia y Madrid. No por ello abandonó el periodismo, dedicándose a la literatura casi a tiempo comple-to.
Pasó de un costumbrismo evolucionado y los relatos cortos de sus Lecturas recreativas (1884) a la sátira social de la novela Pequeñeces (1891), que se considera su obra maestra. La aparición de este trabajo, primero por entregas en la revista bilbaína de los jesuitas El Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús durante los meses de enero de 1890 a marzo de 1891, y luego publicado ese mismo año en dos volúmenes, suscitó un gran revuelo, al aso-ciarse algunos de sus personajes con seres de existencia real, pero también por la pintura de una alta sociedad viciosa y mundana, la nobleza colaboracionista con el advenimiento del régimen liberal de la Restauración. El Heraldo de Madrid abrió un concurso de opiniones sobre Pequeñeces y durante quince días estuvo publicando críticas y erróneas interpreta-ciones que molestaron sobremanera al autor y a la Compañía y le impulsaron a cultivar desde entonces temas menos polémicos. A favor del autor se declaró, entre otros muchos grandes intelectuales, Emilia Pardo Bazán en su revista Nuevo Teatro Crítico, alabando el realismo naturalista de su texto pero censurando la visión moralista de su autor. Entre las críticas adversas destacó la de Juan Valera, quien evidentemente picado por el éxito de Pequeñeces, señala con ironía supuestas contradicciones del novelista a la hora de moralizar en Currita Albornoz al padre Luis Coloma; se hizo célebre una frase suya en ese sentido:
La novela hubiera sido mejor sin ser sátira, y la sátira mejor sin ser novela, y el sermón retemejor si no hubiera sido ni novela ni sátira.
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