En plena efervescencia británica sobre la decisión que ronda por Piccadilly Circus, el Palacio de Westmins-ter, Regent Street o inclusive en todo lo alto de la London Eye, los políticos y protagonistas de este punto de inflexión que ya dura dos años, han jugado con el pueblo desesperado que mira a los ojos de aquellos que debían dirigir sus destinos hacia un mundo mejor, y ahora recuerdo le libro que leí del psiquiatra Luis Rojas Marcos sobre el optimismo, y la cita del padre de la Psicología moderna, el psicólogo neoyorkino y profesor en la Universidad de Harvard, William James, que mantenía que el optimismo “es un velo que nos evita ver las duras verdades de la existencia, pero que dada la abundancia de fracasos y desilusiones, nadie lo puede llevar puesto durante mucho tiempo”. Aunque nadie sabe cómo acabará esta situación, siempre se recordará al ex primer ministro David Cameron y su referéndum, y cómo un paso adelante provocó pesadillas y pesimismo en un país y en todo un continente.
Sin embargo hubo otros tiempos con otros políticos, sentados en los mismos bancos del Palacio de Westminster, Patrimonio de la Humanidad desde 1989 por la Unesco, también conocido como The Houses of Parliament, que alberga las dos cámaras de representantes del pueblo británico: la Cámara de los Lores (con asientos rojos y más relevantes) y la Cámara de los Comunes, con sus típicos asientos verdes. Un ex palacio real que desde el siglo XVI no alberga ningún monarca, y cuya estructura data del siglo XIX, cuando los arquitectos Sir Charles Barry y Augustus Pugin reconstruyeron un palacio quemado por el incendio de Londres de 1834. Esos bancos verdes de la Sala de la Cámara de los Comunes, una sala que no pisa ningún monarca inglés desde el año 1642, que vieron cómo el monarca Carlos I el Confesor, entró para arrestar a 5 miembros del parlamento acusados de alta traición. Y al preguntarle al presidente de la Sala, denominado speaker, el cual se llamaba William Lenthall por el paradero de ellos, le contestó con una frase legendaria, que refleja el respeto por la tradición y legalidad británicas: “Si me permite su majestad, no tengo ojos para ver, no tengo lengua para hablar en este lugar, salvo en lo que sirva ordenarme esta Cámara, cuyo servidor soy”.
- Aunque nadie sabe cómo acabará esta situación, siempre se recordará al ex primer ministro David Cameron y su referéndum
Y volviendo a esos viejos políticos, nos remontaremos al Londres del siglo XIX, la ciudad más grande del mundo y capital del imperio británico, en aquel momento. En 1800, un millón de almas poblaban la urbe londinense, multiplicándose por 6,7 veces en sólo una centuria, siendo la capital política, financiera y comercial, sin apenas rivales, pues París o Nueva York la amenazaron a finales de siglo. En esa ciudad de riqueza y pobreza (que tan bien relató Charles Dickens en su novela Oliver Twist), uno de los problemas principales que acució solución urgente fue el problema del saneamiento, debido a que las aguas que se consumían se bombeaban directamente desde el Támesis.
Y debido a ello, la peste hizo su aparición en 1858, debido a que el agua que usaba la población estaba contaminada y trajo epidemias y enfermedades. Entre 1848-1849 el cólera mató a 14.137 londinenses y en 1853 a 10.738 personas. Cuando se consultaron a los expertos, la opinión generalizada sobre el origen de la enfermedad fue idéntica: el origen miasmático, el aire fétido era el que provocaba la enfermedad. Por el contrario, el padre de la epidemiología moderna, John Snow, defendió que el origen era erróneo. Así consiguió demostrar que el origen del cólera estaba en las aguas contaminadas del Támesis. Y es que el olor que procedía del río era tan penetrante que llegó a paralizar las sesiones del Parlamento de Westminster en el verano del año 1858, denominado Great Stink (el gran hedor), motivado también por las altas temperaturas.
Si me permite su majestad, no tengo ojos para ver, no tengo lengua para hablar en este lugar, salvo en lo que sirva ordenarme esta Cámara, cuyo servidor soy.
En este punto de la historia, aparece nuestro querido protagonista. La Junta Metropolitana de Obras Públicas (J.M.O.P.) creada en 1855, para proporcionar a Londres de la infraestructura adecuada para hacer frente al crecimiento, designó a Joseph Bazalgette como ingeniero de la Junta y le encomendó resolver el problema del saneamiento y de la contaminación de las aguas. Finalmente el Parlamento británico dio el consentimiento a la JMOP para construir un sistema masivo de alcantarillado, uno de los mayores proyectos de Ingeniería del siglo XIX. Este ingeniero,que denominó al río Támesis como “una alcantarilla abierta”, presentó un proyecto colosal:
- 83 millas (134 Km) de alcantarillas principales subterráneas de ladrillo para interceptar las salidas de aguas residuales.
- 1100 millas (1800 Km) de alcantarillas de las calles para interceptar las aguas residuales crudas que fluían libremente por las calles y carreteras de Londres.
- Un total, si sumamos las acometidas domiciliarias, de más de 2100 kilómetros de red de saneamiento.
- Los puntos de evacuación de las aguas residuales se ubicaron río abajo en el Támesis.
- Se construyeron E.B.A.R. como las de Deptford y Crossness, construidas en 1864 y 1865, respectivamente.
Este proyecto inaugurado por el Príncipe de Gales en 1865, aunque el proyecto no fuera completado hasta 1875, tuvo una importancia similar a la envergadura del mismo, y una solución, que visto con los ojos del siglo XXI, fue determinante y crucial. El ingeniero Bazalgette calculó el diámetro de las alcantarillas, previó la mayor densidad de población y concedió a cada persona una dotación más que generosa. Considerando todas las condiciones más desfavorables, al resultado del diámetro que obtuvo, lo duplicó. De no haberlo dimensionado de esta manera, el sistema habría colapsado en 1960, y hoy día sigue en servicio, 144 años después de su inauguración. La consecuencia primera fue eliminar el cólera en donde había hedor y donde las provisiones de agua dulce estuvieran contaminadas con aguas residuales procedentes del agua del Támesis. La consecuencia para Bazalgette también fue notable. La Corona británica lo nombró Sir en 1875 y también fue nombrado Presidente de la Institución de Ingenieros Civiles en 1883.
Para honrar a tan importante ingeniero victoriano, la ciudad de Londres le colocó una placa en su honor en el 17 Hamilton Terrace St. John Woods y un monumento sobre la orilla del Támesis, en la orilla del Terraplen Victoria en el centro de Londres que conmemora el genio de Bazalgette, estableciendo una deuda impagable tanto tiempo después.
- La consecuencia primera fue eliminar el cólera en donde había hedor y donde las provisiones de agua dulce estuvieran contaminadas con aguas residuales procedentes del agua del Támesis.
Gracias a esos políticos de otros tiempos, políticos valientes, que tuvieron la osadía y el arrojo de mejorar la salud y la vida de sus conciudadanos, que sentados en los mismos bancos verdes, dieron la importancia al ingeniero y al técnico, que calculó con temple y supo prever el crecimiento de una ciudad romántica, vibrante y donde Sherlock Holmes, que se movió con las precauciones necesarias tras su nacimiento en 1854 de la mente del genial Arthur Conan Doyle, supo esquivar con elegancia y astucia a la enfermedad y a los misteriosos personajes que se cruzaron en su vida.
Si pueden viajar en los próximos meses, no duden en visitar el 221B de Baker Street donde nació Holmes y luego contemplar el monumento al ingeniero victoriano, y si pueden, crucen por el Albert Bridge, obra también de Bazalgette y podrán admirar la sede central del estudio de arquitectura más influyente del mundo, Foster + Partners, y si aterrizan en septiembre, en el fin de semana del Open House London, podrán entrar gratis a 800 edificios y monumentos, y también al despacho de Norman Foster, y quizás, tengan la suerte de hacer la visita guiada y luego saludar al mejor arquitecto vivo del mundo, tras maravillarse con un ingeniero ejemplar del XIX. Good lock.
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