A los seis años conocía cuatro idiomas y a los ocho traducía a Platón. A los nueve su padre lo llevó a ver las cabezas cortadas de sus camaradas de Amboise, clavadas y momificadas sobre lanzas. Al año siguiente era alumno de Mathieu Béroalde y, cuando cumplió los veinte, escapó milagrosamente a la matanza de San Bartolomé. A los veinticinco se convirtió al Protestan-tismo y fue un acérrimo calvinista. Estudió en Ginebra con Théodore de Béze, que fue su maestro. Su carácter ya estaba forjado: el de un combatiente feroz e implacable, opuesto a cualquier conciliación y de una honradez casi inhumana, que convirtió en frase hecha uno de sus dichos: «¡Que el cielo se hunda, pero que se haga justicia!». Muy pronto se alía con el joven rey de Navarra al que sirve, primero, como escudero, para después nombrarlo mariscal de campo y gobernador de Oléron y de Maillezais, y vicealmirante de Guyena y de Bretaña.
Parece ser que Aubigné obtuvo un trato parecido al de Régulo: apresado en Saint-Luc durante la guerra civil (1585), le es permitido, bajo palabra, pasar unos días en La Rochelle; pero apenas permanece un día allí, pues al saber que Catalina de Médicis había ordenado su muerte, regresa de inmediato a Saint-Luc. Teodoro contribuyó a la entronización de Enrique IV de Francia y en esta tarea demostró un gran valor, pero apenas fue recompensado por ello; era franco y cáustico, características que lucen poco en un cortesano que era, además, un defensor celoso del calvinismo en contra de la conversión del rey, de forma tal, que nunca perdonó al monarca que abjurara de sus creencias.
Expulsado de la corte tras la muerte de Enrique IV escribe, en su retiro, muchas obras, la más importante: Historia universal desde 1550 hasta 1601 (Maillé, 1616–1620 y 1623, 3 volúme-nes, en folio), en la que se expresa con mucha audacia. Esta historia fue prohibida por el parlamento y Aubigné se marchó a Ginebra (1620), ciudad en la que moriría. Se enfada y separa de su hijo Constant, padre de la futura Madame de Maintenon. Y tiene un hijo natural con Jacqueline Chayer: Nathan de Aubigné. A diferencia de Ronsard que, en sus textos, describe con símbolos los efectos de la guerra civil, Aubigné, en el libro V les fers, evoca los hechos que para él son reales dado que, con ocho años, asistió al suplicio de las conjuras de Amboise. Poco conocido por sus contemporáneos, es redescubierto en la época romántica, primero por Victor Hugo y después por Sainte-Beuve. (Sigue leyendo...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario